Su apariencia combinaba a la perfección con aquella histórica calle
europea y sus filas de negocios y residencias. Su cabello era plateado, su
piel blanca, y tenía un físico bien proporcionado. Sus ojos eran de un
profundo color escarlata.
Sus maneras reposadas mientras esperaba por el tranvía lo hacían verse
como el joven hijo de un noble.
Me he perdido…
Era su primera vez en esa ciudad y, pese a su porte elegante, ese joven de
aspecto aristocrático se había perdido. Sin embargo, no había en sus
ademanes ninguna señal de nerviosismo o desamparo. Por el contrario,
parecía estar disfrutando del hecho de haberse perdido en una ciudad
desconocida.
Él no solía tomarse las cosas a la ligera, pero las ciudades poco
familiares conseguían hacerlo sentirse más animado.
De súbito, el hombre que estaba de pie a su lado habló:
—¿Te diriges al centro de la ciudad?
Bajo el abrigo que llevaba, la espalda de aquel hombre era amplia, y su
pecho sólido. Transmitía un aire de calmada compostura. Y sólo tenía un
ojo.
—¿Perdón?
—Si te diriges al centro, debes tomar el tranvía —explicó el hombre
escuetamente—. Es la primera vez que visitas esta ciudad, ¿cierto?
—Así es.
—Me lo parecía. ¿Tu hotel está frente a un edificio del gobierno?
—Sí, pero, ¿cómo lo supiste?
Sin sacar las manos de los bolsillos de su abrigo, el hombre explicó que
lo había visto leer el texto en inglés de los letreros, y no el texto
escrito en polaco. También había notado que la mirada del joven recorría
todos los edificios de los alrededores. Y, además, sus ropas eran finas,
lo cual significaba que no debía estar alojado en uno de los hoteles
baratos de esa zona.
—Tu capacidad de observación es increíble. ¿Eres un detective?
—Algo similar. Bienvenido a Polonia, señor…
—No me llames «señor», por favor. Soy… Mi nombre es Adelheid.
El joven ofreció su mano derecha. Había sonado ligeramente avergonzado al
presentarse.
—Yo soy Bechstein.
La mano del hombre era sólida como una roca, endurecida por el
entrenamiento. Sus dedos firmes y fuertes olían levemente a tierra y
pólvora.
—Parece que no te gustara tu propio nombre —señaló Bechstein. No rió ni
esbozó una sonrisa, pero parecía tener una extraña manera de hacer que las
personas se sintieran atraídas hacia él.
Sin darse cuenta de lo que hacía, Adelheid comenzó a conversar, lo cual
era inusual en él.
—Mi padre deseaba una hija y eligió el nombre con anticipación. Cuando yo
nací, pese a que vio que era un hombre, decidió usar ese nombre para mí.
—¿Quieres cambiarlo?
—No, ya me acostumbré… Aunque, cuando mi hermana y yo conocemos personas
por primera vez, usualmente ellos esperan ver a dos chicas. Tener que
darles explicaciones es una molestia, pero no es gran cosa.
—Lo siento por ti. Mi hija… o, más bien, mi hija adoptiva, tiene un nombre
no muy convencional*. Pero a ella no le importan cosas como su propia
apariencia, ni mucho menos su nombre. Es una chica un poco antisocial.
—Disculpa la indiscreción, pero ¿tienes familia?
Incluso durante el día, el clima en Polonia alcanza temperaturas bajo cero
en diciembre. Adelheid pudo ver que Bechstein contenía el aliento por un
corto instante.
—Tenía una esposa y una hija. Desafortunadamente, murieron tiempo atrás.
—Ya veo…
Por un momento, ambos observaron la calle maravillosamente empedrada.
Aquella vieja ciudad, antiguo escenario de varias batallas, se había
alzado de las cenizas como un fénix. Ya no quedaban rastros de la guerra,
y parecía que una paz nacida del tedio había durado por muchos años.
—Mi hija… La que falleció… Ella tenía mucho talento para el piano. A
menudo la escuchaba tocar.
—¿Qué tipo de canciones solía tocar?
—No sé mucho sobre música, pero quizá era Chopin. Las melodías eran
extremadamente violentas…
—¿Quizá tocaba el Estudio Revolucionario?
—Tal vez. Era una niña muy tranquila, pero le gustaba esa composición, por
alguna razón.
—¿Sabías que esa canción trata sobre este país? Sobre Polonia.
—¿Oh?
—Chopin se lamentaba por Polonia, su país natal, durante la ocupación
rusa. Por eso compuso esa canción.
—Ya veo…
Un tranvía se detuvo ante ellos. Algunos pasajeros descendieron, sus
respiraciones visibles en el frío, y otros subieron al carro y tomaron sus
lugares. Luego el tranvía partió, acelerando sobre la calle empedrada.
Sólo ellos dos permanecieron ahí.
—Echo de menos a mi esposa e hija —dijo Bechstein con un profundo
suspiro—. Pero parece que había cosas que no sabía sobre mi propia
familia. Como la canción favorita de mi hija. Y no me di cuenta de ello
hasta que tú lo mencionaste.
—...
—Quizá no merezca guardar luto por ellas. Cuando estaban vivas, yo siempre
estaba trabajando. Pasaba días lejos de casa, y esa situación duró varios
años.
—El que sean tu familia no quiere decir que las conoces —dijo Adelheid,
mirando hacia el helado cielo azul de invierno que se extendía
interminable sobre ellos—. Yo aún no entiendo a mi padre, y no le guardo
cariño. Mi hermana menor me quiere porque soy su hermano, pero creo que en
el fondo también me desprecia. A menudo pienso en huir de las obligaciones
de nuestro vínculo sanguíneo, pero al final, no consigo escapar. Sólo me
quedo ahí, como si estuviera petrificado.
—Todos se sienten así en algún momento. Es parte de la juventud.
—¿Sí?
Una bandada de palomas se asentó en un área soleada a los pies de ambos.
Picotearon el suelo, seguramente buscando comida, y luego emprendieron el
vuelo otra vez.
En la distancia, las campanas de una iglesia comenzaron a sonar.
—Por cierto, ¿qué te trajo por aquí? ¿Estás de viaje?
—No, estoy construyendo una nave. Pronto estará terminada y lista para
entregarse. Un conocido de mi padre tiene un puerto en esta ciudad.
—Suena como un asunto muy sofisticado. Y después, ¿piensas volver a tu
país a bordo de esa nave?
—Así es.
Otro tranvía se deslizó ante ellos.
—Bájate a siete paradas de aquí y llegarás a la municipalidad. Desde ese
punto, te será fácil ir a cualquier lugar. Buen viaje, Adelheid. Fue un
placer conocerte.
—Igualmente.
—Por cierto… Mi nombre real no es Bechstein. Ése es un alias que uso para
mi trabajo. Al menos en este país. Como te imaginarás, mi ocupación
implica ciertos riesgos. Espero no haberte ofendido.
—¿Estás seguro de que deberías estar diciéndome eso?
—Mi nombre es Heidern. Y ahora es momento de despedirnos.
—Cuídate.
Adelheid subió al tranvía y se sentó en un asiento vacío. Buscó a Heidern
a través de la ventana, pero éste ya había desaparecido.
※ ※ ※
Dentro de un enorme dique seco diseñado para construir buques cisterna,
una gigantesca nave similar a un dirigible creaba una atmósfera opresiva y
casi tocaba las paredes y el techo del lugar. Varios trabajadores se
encontraban dentro de las instalaciones, pero sus tareas ya habían sido
terminadas y estaban retirando una grúa y la maquinaria utilizada durante
el proceso. Habían construido un dirigible de 400 metros de largo, el más
grande jamás fabricado.
Una muchacha rubia notó la presencia de Adelheid mientras éste miraba
hacia arriba.
—Te tardaste, hermano.
—Me perdí en el camino. ¿Todo está bien aquí, Rose?
—Es extraño que tú te pierdas. Debiste contactarme y habría enviado a
alguien a buscarte.
—Descubrí que a veces perderse es entretenido.
—¿Ah, sí?
—Conoces personas interesantes.
—¿Qué tipo de personas? Es inusual que tú muestres interés en alguien.
—No sé los detalles, pero diría que era un militar. Parecía alguien
importante.
—¡¿Qué?! ¿Un militar? Qué desagradable —dijo Rose con asco, como si
hubiese tocado un insecto—. ¿Y le hablaste a una persona de clase tan
baja?
—...
—¿Realmente crees que eso está bien, hermano? Nos enorgullecemos de
nuestro linaje. No deberíamos dejar que se nos acerquen soldados de tan
baja cuna.
Adelheid siempre había pensado que su hermana se parecía mucho a su padre.
El orgullo que ambos sentían por su sangre no era normal, y ambos
sostenían que, con excepción de ellos mismos, las personas no tenían
ningún valor.
Pero Adelheid nunca había tenido la valentía de contradecirlos
directamente. Siempre era él quien acababa cediendo.
Y esta vez no fue la excepción.
—No es necesario que digas más. Lo siento.
—Sólo quiero que comprendas.
Adelheid no sabía qué tipo de sermón le daría su arrogante hermana si se
enteraba que había regresado en un tranvía, así que cambió el tema.
—Por cierto, ¿eso que esperabas ya llegó? Se suponía que llegaría de Viena
hoy, ¿verdad?
—Sí, ya llegó y ya está afinado. —El humor de Rose mejoró en un abrir y
cerrar de ojos. Su tono se volvió animado y juguetón—. Mi sueño de tocar
el piano encima de las nubes pronto se hará realidad. Hermano, ¿quieres
que toque alguna canción en particular?
—Déjame pensar… —Adelheid ya había decidido la canción, pero hizo un gesto
como si lo estuviera pensando, tal vez por costumbre—. Algo de Chopin.
¿Podrías tocar el Estudio Revolucionario?
※ ※ ※
Fuente: The King of Fighters 2003 Flame of Nova, Arcadia Extra Mook Vol.
14, p. 178, publicado por Enterbrain en 2004/02.
Traducción @miauneko | Versión en japonés: [ texto
| fotos
]
*La frase ”Mi hija adoptiva tiene un nombre no muy convencional”
originalmente decía “mi hija adoptiva tiene un nombre que suena
masculino”, pero hice este pequeño cambio debido a que “leona” es un
sustantivo femenino en español y la oración original no habría tenido
mucho sentido para los hispanohablantes.